|
Como ya lo señalé, en nuestros días la publicidad de detergentes agita esencialmente la idea de profundidad: la suciedad ya no se arranca de la superficie, sino que se la expulsa de los lugares más secretos. También la publicidad de los productos de belleza está fundada en una especie de representación épica de lo íntimo. Los breves prospectos científicos, destinados a introducir publicitariamente el producto, lo prescriben para limpiar en profundidad, despejar en profundidad, alimentar en profundidad, despejar en profundidad, alimentar en profundidad, en resumen, para infiltrarse, cueste lo que cueste. Paradójicamente, por el hecho de que la piel es ante todo superficie, pero superficie viviente y por lo tanto mortal, apropiada para secarse y envejecer, se la muestra sin vacilaciones como tributaria de raíces profundas, de lo que ciertos productos denominan la capa básica de renovación. Por otra parte, la medicina permite otorgar a la belleza un espacio profundo (la dermis y la epidermis) y persuadir a las mujeres de que ellas son el producto de una suerte de circuito germinativo en el que la belleza de las eflorescencias depende de la nutrición de las raíces. La idea de profundidad es, pues, general. No existe propaganda donde no esté presente. Acerca de las sustancias a infiltrarse y a convertir el seno de esa profundidad, total vaguedad. Se indica solamente que se trata de principios (vivificantes, estimulantes, nutritivos) o de jugos (vitales, revitalizantes, regeneradores), un verdadero vocabulario molieresco, apenas complicado con una pizca de cientificismo (el agente bactericida R51). Pero el auténtico drama de todo este modesto psicoanálisis publicitario es el conflicto entre dos sustancias enemigas que se disputan sutilmente el encauzamiento de los "jugos" y de los "principios" hacia el campo de la profundidad. Esas dos sustancias son el agua y la grasa. Las dos son moralmente ambiguas: el agua es benéfica, pues todo el mundo ve perfectamente que la piel vieja es seca y que las pieles jóvenes son frescas, puras (de una fresca humectancia, dice cierto producto); lo firme, lo liso, todos los valores positivos de la sustancia carnal se sienten espontáneamente como estirados por el agua, inflados como una tela, ubicados en un estado ideal de pureza, de limpieza y de frescura cuya clave general es el agua. Desde el punto de vista de la publicidad, pues, la hidratación de las profundidades resulta una operación necesaria. Y sin embargo, la infiltración de un cuerpo opaco resulta poco fácil para el agua: uno imagina que es demasiado volátil, demasiado impaciente para alcanzar con eficacia esas zonas crípticas donde se elabora la belleza. Además, el agua, en la física carnal y en estado libre, disuelve, irrita, vuelve al aire, forma parte del fuego; sólo resulta benéfica aprisionada, retenida. La sustancia grasa tiene las cualidades y los defectos inversos: no refresca, su suavidad es excesiva, demasiado duradera, artificial. No se puede fundar una publicidad de la belleza en la mera idea de la crema, cuya consistencia misma se siente como un estado poco natural. Sin duda la grasa (llamada más poéticamente aceites, en plural, como en la Biblia o en Oriente) desprende una idea de nutrición, pero es más seguro exaltarla como elemento vehicular, como lubricante eficaz o conductor de agua al seno de las profundidades de la piel. El agua se presenta como volátil, aérea, huidiza, efímera, preciosa; el aceite, por el contrario, persiste, pesa, fuerza lentamente las superficies, impregna, se desliza sin retorno a través de los "poros"(personajes esenciales de la belleza publicitaria). La publicidad de los productos de belleza elabora, pues, una conjunción milagrosa de los líquidos enemigos, que de allí en más son declarados complementarios. Al mismo tiempo que respeta con diplomacia los valores positivos de la mitología de las sustancias, consigue imponer la convicción feliz de que las grasas son vehículos de agua y de que existen cremas acuosas y suavidades sin brillo. La mayoría de las nuevas cremas, por lo tanto, son denominadas líquidas, fluidas, ultrapenetrantes, etc.; la idea de grasa, consustancial durante tanto tiempo con la idea de producto de belleza, se oculta o se complica, se la hace tender hacia la liquidez y hasta a veces desaparece, dando lugar a la loción fluida, al tónico espiritual, gloriosamente astringente si se trata de combatir la serosidad de la piel, púdicamente especial si, por el contrario, se trata de nutrir grasamente esas voraces profundidades cuyos fenómenos digestivos se nos ostenta despiadadamente. Esta apertura pública de la interioridad del cuerpo humano constituye, por otra parte, un rasgo general de la publicidad de los productos de tocador. "La podredumbre se expulsa (de los dientes, de la piel, de la sangre, del aliento)": Francia está poseída por una enorme voracidad de limpieza.
|
|
|||||
|